Hablando de ‘buenos hábitos’, creo que tan importante o más que generarlos es mantenerlos de manera sostenida a lo largo del tiempo.
Pero incluso más allá de mantenerlos a lo largo del tiempo, está la cuestión de si ese hábito, aún sosteniéndose, sigue manteniendo los criterios de calidad y ejecución que necesita para seguir funcionando de manera efectiva y eficiente.
A veces pienso que existe un drama mucho mayor que el de perder o no generar un hábito, y es el de malearlo y desvirtualizarlo, porque cuando se pierde un hábito (más allá del duelo emocional que cada uno lleve y el impacto en su propia estima) solo queda reinstaurarlo o generar otro o nada…
…pero cuando el hábito se deforma y se mantiene, se termina convirtiendo en un parásito que nos vampiriza los motivos, las energías y los resultados.
El secreto está en… el hábito
Aprendía de Paco Yuste cuando me formaba en Coaching Personal (de hecho este artículo está preñado de sus enseñanzas), que un hábito es un automatismo adquirido que facilita la ejecución de acciones en un determinado contexto.
Esto está genial ya que con el hábito, al automatizar una determinada estrategia, no tenemos que «repensar» qué es lo que tenemos que hacer cuando nos encontramos o afrontamos situaciones similares, simplemente «lo hacemos» rentabilizando atención, acciones y tiempo. Además, cuando el hábito se orienta a un objetivo, termina convirtiéndose en el pedaleo (repetitivo, similar y continuo) que nos acerca a la meta.
Imagínate que cada día tuvieras que pensar qué es lo que tienes que hacer para: buscar trabajo, cuidarte, completar el trabajo diario, preparar tus herramientas y recursos, organizar tus proyectos, etc.
Generado el hábito adecuado pasamos a la acción, ganamos rapidez a la hora de responder ante contextos similares y adquirimos una regularidad en los procesos que nos permite desarrollar constancia, coherencia y fiabilidad.
La ‘rutina’ o la paradoja del hábito
Define el Diccionario de la Real Academia la palabra rutina, como «costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática». Prestando un poquito de atención a la definición, podemos encontrar la clave por la que algunos hábitos, aún manteniéndose en sus acciones y repeticiones, pierden el sentido y su eficacia.
Si con el hábito la motivación es la de consolidar una conducta que de manera automática nos permita dar una respuesta rápida, efectiva y eficiente…
…con la rutina, el motivo desaparece pero las acciones se siguen ejecutando, con el consiguiente impacto negativo en los resultados y el agotamiento en la persona.
Fíjate, con el hábito automatizamos, y cuando automatizamos perdemos la conciencia de lo que tenemos entre manos. En este proceso de automatización, en esta pérdida de conciencia de las acciones que conforman el engranaje del hábito, el mismo hábito puede terminar descapitalizado, y nosotros haciendo las cosas por mera práctica consolidada olvidando para qué estamos haciendo lo que hacemos.
Caemos en el peligro de robotizar nuestras acciones, nuestras respuestas y a nosotros mismos, dejando al margen nuestra creatividad como recurso de respuesta.
Al final, la rutina se convierte en un mal sucedáneo del hábito, que lejos de responder a nuestras auténticas necesidades nos despista el hambre pero no nos nutre, como si fuera el fast food de nuestras acciones.
Desgastando el hábito
En los últimos meses, acompañando a grupos y personas en procesos de búsqueda de empleo, observo cómo se realizan inversiones importantes de esfuerzo y recursos para consolidar determinados hábitos que luego no se cuidan y terminan desvirtuados.
Con el tiempo, cada acción que conforma el hábito, (en el mejor de los casos) ya automatizada, se desgasta. La persona se aburre de lo que hace pero siente que tiene que hacerlo, y lo sigue haciendo, pero esta vez como ‘mera repetición’… como quien entrega su CV número 200 sin mirar a la cara, realiza la ruta por los portales de empleo con la misma atención con la que te lavas los dientes, o remite su candidatura diariamente con el mismo cariño con el que se envía un mailing de propaganda electoral.
El problema es que por muy descapitalizada que esté una acción, sigue siendo una acción, ocupando tiempo, recursos y energía, todo ello articulado de mala manera (e incluso de ‘mala gana’) con la consiguiente merma en la calidad de las acciones y avocándolas a pobres resultados… nos agotamos a nosotros mismos, cansados de ‘hacer’ (por hacer).
Habitar el hábito
Considerando lo que Paco Yuste nos cuenta en su libro Herramientas de Coaching Personal (Ed. Desclée de Brower), existen una serie de factores que permiten consolidar o reforzar un determinado hábito. Conocerlos y abordarlos de manera práctica quizás puedan apoyarte a la hora de tomar conciencia de qué hábitos quieres incorporar, cómo los puedes incorporar y para qué los quieres incorporar:
- En primer lugar es necesario determinar qué conducta concreta y específica es la que quieres convertir en un hábito, teniendo en cuenta que será esa misma conducta la que tendrás que repetir y que cada repetición fortalecerá el hábito.
- .En segundo lugar se hace preciso considerar qué intervalo vas a dejar entre repetición y repetición. Ten en cuenta que un intervalo de tiempo muy grande entre repetición y repetición debilitarán la formación del hábito (imagínate que quieres adquirir el hábito de ir al gimnasio y vas a repetir esa acción una vez al mes); y que un intervalo pequeño entre repeticiones nos agotará física y mentalmente (siguiendo el ejemplo anterior, decides ir al gimnasio todos los días, una vez por la mañana y otra por la tarde). La adecuada conjugación de repetición y frecuencia son claves en la generación de un hábito.
- La uniformidad. Esto es, repetir siempre la misma conducta, (ejemplo, si quieres consolidar el hábito de ir al gimnasio para mejorar tu salud, no vale que un día decidas sustituir la visita al gimnasio por ‘comer sano’… come sano, pero respeta tu compromiso de ir al gimnasio o no consolidarás este hábito que tienes como objetivo de ninguna de las maneras).
- El interés y la conciencia que pongas en cada acción. Es precisamente este punto el que nos permite ‘habitar el hábito’ en el sentido de ‘vivir en el hábito’, de ser conscientes de la conducta, de su finalidad inmediata y de los recursos que empleo en ella, todo ello alineado con el propósito final.
- Por último, el sentimiento de éxito, o dicho de otra forma, ser conscientes de la relación que existe entre la inversión que estamos haciendo y la ganancia que obtenemos en el momento presente y la que obtendremos una vez consolidado, de manera consciente, el hábito que mejorará el empleo de nuestros recursos.
…y sirva esto como reflexión compartida de como una de las estrategias más efectivas para el desarrollo y uso de nuestros recursos, la generación de hábitos, requiere de un continuo cuidado, de una ‘toma de conciencia de lo automático’ para que nos potencie adecuadamente y no se convierta en un enredo de acciones que nos vayan ahogando por el camino.